1992-2024
Ayer tuvo lugar en París la ceremonia de clausura que despidieron 17 días de juegos olímpicos. Ese 'hasta pronto' francés me viene como anillo al dedo para ilustrar este post con la fotografía de un servidor al lado del Seat Ibiza Especial fabricado ex profeso para los JJOO de la mágica Barcelona en 1992.
Si las cuentas son correctas, que lo son, han pasado ya 32 años desde aquellos días espectaculares que evidenciaron un cambio extraordinariamente positivo sobre una ciudad referencia en la historia de la era moderna. En aquel mágico 1992 servidor tenía 28 años y la ciudad de Barcelona se impregnó de un optimismo que enseguida se expandió no sólamente por la ciudad, sino también por Sevilla, que aquel año celebró la Expo, y por Madrid, que fue denominada capital europea de la cultura.
Creo que para que poco a poco todo cambie a mejor, como le pasó a Barcelona, puedes escoger dos opciones en la vida: en la primera, tan sólo con una acción o un sencillo gesto es posible que resulte suficiente; en la segunda: el esfuerzo, la constancia, el sacrificio y la humildad no te aseguran que toques la felicidad con la punta de los dedos, pero si que te da muchos números para lo consigas. Llamadme pringado, pero yo prefiero pertenecer a este segundo grupo; y esa es la filosofía que intento trasladar a mis hijos.
Ni el éxito ni la felicidad consisten en amasar mucho dinero, ni tener un coche con seis marchas, ni tampoco ir de forma regular a los mejores restaurantes, ni siquiera estar permanentemente pendiente de tu propia estética, porque tarde o temprano estaremos en la terraza con vistas al más allá.
Creo que el éxito es irte a dormir con una sonrisa mientras miras el techo, cantar en la ducha, y sobre todo mantener un optimismo constante en nuestro día a día, que arranca desde exportar de forma permanente una sonrisa (interna, externa, o ambas), hasta ayudar a alguien a coger un paquete de arroz que está en lo alto del expositor de un supermercado. Fácil. Feliz.